Bogotá es conocida como la "Atenas suramericana" desde principios del siglo XIX. El epíteto surgió de algunas comparaciones de la ciudad con la antigua Atenas, hechas por viajeros y exploradores como forma de enaltecer el espíritu cultural e "ilustrado" de sus habitantes. Sin embargo, fue la élite capitalina la que se encargó de preservar el sobrenombre a lo largo del tiempo.
Ahora bien, fue hasta finales del siglo XIX cuando se popularizó el apodo, época que coincide con la creación de una imagen de Bogotá como "ciudad culta". Esta representación, impulsada por la élite intelectual, se reforzó con la creación de instituciones como la primera Academia de la Lengua en América y el Salón Ateneo; espacios que configuraron un innegable ambiente intelectual, donde los buenos modales y el buen uso del idioma eran sinónimo de lo que implicaba ser "gente culta".