El punto de partida de esta denominación fue la boda del Emperador Carlos V con la princesa Isabel de Portugal en Sevilla en 1526, que encontró su plasmación en el riquísimo aparato decorativo elaborado para el recibimiento del monarca. La ciudad, se engalanó con una serie de arquitecturas efímeras compuestas por arcos de triunfo tomados del mundo romano, donde se ensalzan las virtudes y en los que aparece representado Carlos I como si fuese un emperador romano o un héroe de la Antigüedad clásica.

Luis de Peraza decidió investigar el pasado de Sevilla con la idea de escribir una historia que la ciudad, centro del eje económico Antiguo Mundo-Nuevo Mundo, aún no tenía. La consideración de nueva caput imperii que utilizó Peraza para definir a la ciudad, deja a las claras la intención de la obra, que no es otro que crear un origen ancestral de la ciudad y que esta “Nueva Roma” entroncase con lo más heroico del mundo antiguo, vinculando sus instituciones a las del mundo clásico. Para ello, recuperó a las figuras de Hércules Tebano y de Julio César, que se convertirán en los fundadores míticos de la ciudad y el Cabildo de la ciudad pasará a denominarse Senatus Populusque Hispalensis. Incluso la ciudad de Itálica, fundada por Escipión y patria de los emperadores Trajano y Adriano, se denominó como “Sevilla la Vieja”.

Esta nueva consideración se trasladó también a los edificios del poder y de la nobleza, donde el mundo clásico se convirtió en el elemento esencial de las decoraciones arquitectónicas y pictóricas, como aún pueden apreciarse en el edificio del Ayuntamiento, en la llamada “Casa de Pilatos”, en el palacio de los Duques de Alcalá, Virreyes de Nápoles, o en la Alameda de Hércules, espacio creado en 1574, donde Carlos I y Felipe II aparecen asimilados a las figuras de Hércules y de Julio César.