Se trata de las dos únicas series con tema isíaco acuñadas en Hispania durante
período romano; en Baria hubo amonedación con iconografía isíaca en época
púnica a la que se hace referencia en la primera nota de los documentos fuera
de catálogo. En la primera aparecen como magistrados Cneus Antelius y el
rey Juba II de Mauritania, éste a título honorífico. En la segunda aparecen
como magistrados Caius Laetilius Apalus (1) y el hijo de Juba II (2), Ptolomeo.
Probablemente se trata de un gesto propagandístico de la familia real mauritana,
que exhibe sus reivindicaciones dinásticas en Egipto a través del fomento
de la tutela de Isis, al tiempo que muestra sus simpatías por la firme presencia
de su culto en Carthago Nova, propiciada por la erección del santuario
costeado por Titus Hermes. Las relaciones económicas de Carthago Nova
con el norte de África habrían favorecido la implantación un siglo antes del
culto favorito de la esposa del rey mauritano, Cleopatra Selene. Frente a la
idea de que los cultos nilóticos se establecen en Carthago Nova durante el
dunvirato de Juba II, por influencia de su mujer, la realidad arqueológica pone de manifiesto que los cultos ya estaban bien arraigados en la ciudad cuando se
produce esta magistratura honorífica. Por consiguiente, resulta más correcto
pensar que estas acuñaciones son producto de la feliz coincidencia de las inclinaciones
religiosas de un magistrado excepcional y las de una ciudad cosmopolita,
abierta al mar y al comercio de largo alcance, que había recibido en una
parte emblemática de su topografía unas instalaciones cultuales promovidas
desde instancias privadas, con el beneplácito de las autoridades locales. Las
acuñaciones de comienzos del siglo I d.C. no hacen más que ratificar esa situación
en la que se aúnan los intereses político-religiosos de la dinastía mauritana
con las simpatías de una población ferviente seguidora de los cultos
alejandrinos. Las concomitancias con el caso de Emporiae son evidentes.