Antonio Gonzales (Catedrático de Historia de Roma. Director del ISTA Université de Franche-Comté)


Se acerca ya al medio siglo la publicación de la obra más influyente sobre los cultos orientales en la Península Ibérica, redactada por García y Bellido (GyB, ROER, 1967) a partir de una serie de artículos publicados con anterioridad. El libro apareció con el número 5 de una colección nueva que el entusiasmo y tenacidad de su editor M.J. Vermaseren, habría de convertir en la serie más prestigiosa sobre religión antigua. Entonces el objetivo de la colección era reunir estudios provinciales que actualizaran la documentación recopilada por el fundador de los estudios sobre religiones orientales en el Imperio Romano, Franz Cumont.

El catálogo de García y Bellido sobre los dioses orientales en Hispania se amparaba en el refugio conceptual establecido por Cumont, por lo que no sentía la necesidad de justificar teóricamente su selección, ni sus agrupaciones. En su libro encontraban cobijo todos los documentos concernientes a los cultos egipcios, al culto de Sabazio, a los dioses frigios, a Mitra, Adonis, el Hércules gaditano, así como los restantes dioses de origen oriental que habían sido venerados en Hispania bajo el dominio romano, una amalgama sin ningún tipo de coherencia.

Cualquiera que esté al tanto de la evolución de los estudios sobre los denominados «cultos orientales» sabe cuán profundamente cuestionada está esa etiqueta, problema al que el autor de este libro ha dedicado importantes trabajos en los que analiza la terminología, los conceptos, los contenidos, para defender la conveniencia de mantener un bloque temático en el que se deben incluir algunos de los cultos mencionados, esencialmente aquellos que presenta una fenomenología común en torno al rito iniciático y la promesa de una salvación ultramundana.

Precisamente, el volumen 165 de la serie fundada por Vermaseren, publicado en 2008, está redactado por Jaime Alvar y ha supuesto un punto de inflexión en la historia de los «cultos orientales» por sus innovadores puntos de vista. Inicialmente, el propósito de Jaime Alvar era redactar una introducción en la Presentación que diera cuenta de su visión sobre los cultos orientales en la Península Ibérica. Su ambición original, pues, era mucho más modesta ya que pretendía confeccionar un catálogo razonado p ara renovar el de García y Bellido. Ese capítulo introductorio adquirió vida propia y se ha convertido en uno de los referentes más reconocidos en la particular historia de las «religiones orientales» veneradas durante el Imperio Romano.

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