Se trata de un espacio singular dentro de la necrópolis carmonense, descubierto en 1880 y comenzado a excavar
FC2.06.01. "Tumba del Elefante" de la necrópolis de Carmona.
Descripción
Código
Título
Descripción del testimonio
Se trata de un espacio singular dentro de la necrópolis carmonense, descubierto en 1880 y comenzado a excavar cinco años más tarde. Es un hipogeo de casi 150 m2 situado en el extremo noroccidental del conjunto arqueológico de Carmona, concretamente junto a la calle J. Bonsor, fuera de los muros de la ciudad. Una escalera de ocho peldaños, orientada al este, da acceso a un espacio excavado en la roca. La escalera desemboca en una antesala, cubierta por una bóveda tallada, en cuyo lado derecho hay una hornacina. Desde allí se accede a un pasillo que atraviesa un espacio rectangular abierto, al que divide en dos estancias. La primera, situada al norte, se eleva por medio de un muro de sillares con pilares y escalera de acceso, junto al muro oeste; en su mitad oriental hay un triclinio. La segunda, al sur, está tallada en la roca y presenta tres pilares sobre elevados con respecto al pasillo; se accede a ese espacio, asimismo triclinal, por una escalera central. Un depósito recoge las aguas del ninfeo situado en el muro meridional. El ninfeo es una compleja estructura hidráulica, alimentada por un pozo situado en el área abierta. Un canal une el pozo con una hornacina decorada con un relieve con figura sedente, desde la que mana el agua hasta el depósito. Frente a la fuente, en la pared norte de este espacio, se abre una cámara doble. En la primera hay dos bancos afrontados entre los que se localiza un pedestal. Mediante un vano se accede a la segunda habitación, de tamaño más reducido, también con dos bancos en paredes contiguas. Siguiendo el pasillo y tras superar este espacio, se accede a tres cámaras. La septentrional es una gran galería de sección parabólica, dividida en dos por un murete de mampostería; en la primera hay un pedestal de obra sobre el que Fernández López y Bonsor colocaron una estatua de elefante; en la segunda, más grande, hay seis nichos, y que correspondería a la cámara funeraria. Al frente se sitúa la cámara principal con un gran triclinio; su puerta está flanqueada por sendos nichos, uno de los cuales está cortado por una ventana abierta con posterioridad que da a la estancia del elefante. Sobre la puerta está tallada una ventana oblicua, que algunos autores han considerado un elemento clave para la interpretación del monumento. Entre el pasillo central y el pozo un acceso conduce a una estancia considerada como cocina, con un poyo, banco corrido y posiblemente una chimenea.
El análisis arqueológico más reciente propone cuatro fases en la historia del monumento. La primera corresponde a su construcción: un edificio subterráneo, al que se accede por una escalera de madera, con una gran sala central dividida en tres naves, la central algo deprimida. Al frente se abre una habitación doble, una de las cuales conserva un pedestal. En el lateral sur del edificio había una hornacina de la que surgía agua a un contenedor, procedente de un pozo a través de una canalización. Al fondo se sitúa la cámara principal, sobre elevada en relación con la nave central, que se ilumina mediante una ventana inclinada. A todo ello se añaden estancias adicionales.
La segunda fase conoce la división en dos de la galería, para construir en una parte la cámara funeraria, mientras que la otra aloja el pedestal. Esta reforma no parece haber afectado al funcionamiento previo del conjunto. La tercera fase, en cambio, parte de una remodelación radical, pues se elimina la cubierta de la gran sala central, se talla un triclinio en la cámara principal, se amplía la nave norte para dar cobijo a un triclinio y se crea otro en la nave sur. Además, se preparan arriates para colocar plantas trepadoras. La cuarta fase corresponde al abandono del edificio, que se llena de escombros, aunque el espacio sigue usándose como lugar de enterramientos.
Tipología
Fecha
Provincia
Lugar de hallazgo (nombre latino)
Lugar de hallazgo (nombre actual)
Lugar de conservación
Corpus
Discusión
Es el conjunto más complejo de todo el recinto necropolitano. Por su contexto arqueológico se interpretó originalmente como una imponente tumba familiar (Fernández López, 1886). En esa misma línea, Fernández-Chicarro (1969, p. 23) sugirió que se trataba de la sede de un colegio funeraticio. Sin embargo, en su estudio sobre la necrópolis de Carmona, Bendala (1976, pp. 49–72) lo identificó como un santuario de Mater Magna y Atis, especialmente de este último, dado su particular vínculo con el mundo funerario. Los argumentos empleados para defender esta identificación abarcan los aspectos más destacados de la tumba:
- El significado de las esculturas descubiertas en el hipogeo, concretamente un Atis funerario (2.06.02), al que Bendala atribuye un valor cultual al vincularlo con las devociones de los propietarios de la tumba, un elefante y la efigie de un varón sedente y presumiblemente velado, situada dentro de la hornacina abierta en la pared que da a un lateral del depósito de agua y en la que el autor reconoce a un archigalo.
- La orientación de la cámara funeraria principal hacia el amanecer del solsticio de invierno, momento en el que el sol penetraría hasta el fondo del recinto a través de un vano abierto entre la bóveda y la pared de la cámara. El punto iluminado debía de ser una losa colocada en la pared, hoy perdida, que estaría en relación con el nacimiento de Atis identificado con el sol.
- La existencia excepcional de tres triclinia, destinados a las comidas sacras.
- La existencia de un estanque o balneum que serviría como fossa sanguinis, en la que se llevaría a cabo el bautismo de sangre derivado del ritual del taurobolio o criobolio (según la tradicional restitución de este ritual basada en Prudencio, Peristeph. X, 1006–1050), así como el ritual de la lavatio.
- El hallazgo de una piedra ovoidea en la que Bendala reconoce un betilo, imagen anicónica de la diosa Cibeles, que se encontraría situado ante la pequeña cámara que serviría de tálamo nupcial.
- El posible uso de la cámara funeraria pequeña como depósito de las urnas de los archigalos.
Bendala llegó a proponer con titubeos una datación del santuario en época julio-claudia, lo que lo convertiría en el primer testimonio del culto a los dioses frigios en Hispania. Vermaseren (1986, p. 62) aceptó le carácter metróaco de este espacio necropolitano, pero pensó que no se trataría de un santuario, sino de la tumba de un sacerdote de la Gran Madre. Poco después, sin embargo, Fear (1990) refutó a Bendala y regresó a la interpretación funeraticia familiar, que ha sido posteriormente aceptada por otros autores (e.g. Alföldy, 2001, pp. 386–389; Salza Prina, 2003–2004, p. 236).
En un artículo escrito hace veinte años (Alvar, 2002b), uno de nosotros ya analizó críticamente los argumentos esgrimidos por Bendala y Fear a favor y en contra, respectivamente, de la adscripción metróaca del monumento, lo que le llevó a concluir, junto a Fear, que esta atribución es infundada. Recogemos a continuación las razones que condujeron a esta conclusión.
En primer lugar, en ningún lugar del Mediterráneo tenemos constancia de la existencia de un santuario metróaco en una necrópolis y, menos aún, en el interior de una tumba. Tampoco es fácil de imaginar por qué razón un rico propietario o un colegio funeraticio habría de construir un santuario en una necrópolis.
En segundo lugar, como argumentamos en el estudio histórico que precede a este catálogo, las representaciones escultóricas de Attis tristis en espacios sepulcrales tienen un carácter estrictamente funerario, disociado de las prácticas rituales metróacas, por lo que no son testimonio suficiente ni de la existencia de un culto a los dioses frigios en el lugar correspondiente ni de que el difunto allí enterrado fuese devoto de tales deidades. El Museo Arqueológico de Carmona conserva dos esculturas que representan, de manera muy ruda, a dos Atis funerarios, procedentes de la “Tumba del Elefante” y de la “Tumba del Plañidero” y una tercera es la que aún se encuentra en la “Tumba del Elefante” (2.06.02–04). Pero de acuerdo con lo dicho, estos documentos no nos permiten afirmar la existencia de prácticas relacionadas con el culto a Mater Magna y Atis en la necrópolis de Carmona. Además, esta devoción tampoco está atestiguada en ningún otro sitio de la ciudad.
En tercer lugar, la idea de que la celebración del sacrificio del taurobolio o criobolio requería una fossa sanguinis se basa únicamente en la descripción de un sacrificio pagano por parte del autor cristiano Prudencio (Peristeph. X, 1006–1050), cuya validez como testimonio del taurobolio ha sido plenamente descartada hace un cuarto de siglo (vid. el aparatado Estudio Histórico, p. 4). No existe un elemento arquitectónico semejante en los lugares de culto a la Gran Madre, pues el taurobolio no era una ducha de sangre. Por consiguiente, es incorrecta la identificación del depósito de agua de la tumba carmonense con esta fosa, así como infundada la suposición de que se celebraban sacrificios taurobólicos en el hipogeo. Asimismo, es gratuito pensar que la pileta de agua era utilizada para la lavatio de la estatua de culto de la Gran Madre, una ceremonia hasta ahora solo documentada en Roma.
La orientación de la cámara principal hacia el solsticio del inverno tampoco es un indicio válido del carácter metróaco del espacio, ya que ninguna fiesta en honor de los dioses frigios se celebraba en esa fecha. Además, aducir orientaciones astronómicas para aumentar la densidad de los argumentos resulta problemático, pues más o menos siempre hay orientaciones que coinciden con rayos susceptibles de ser interpretadas según convenga en cada ocasión.
En cuanto al personaje en relieve dentro de una hornacina sobre la pileta, Bendala lo interpreta como un archigalo, a quien considera erróneamente como el jefe del culto metróaco, asunto sobre el que remitimos a las consideraciones desarrolladas en el apartado del Estudio Histórico (pp. 20-21), porque de ese modo logra mayor rotundidad en su argumentación. Sin embargo, el mal estado de conservación del relieve haría también aceptable prácticamente cualquier otra sugerencia. Además, la institución del archigalato no parece haber existido aún en época julio-claudia, pues está documentada a partir del reinado de Antonino Pío, a quien se le atribuye comúnmente su creación.
La piedra ovoidea que Bendala interpreta como un betilo podría ser cualquier cosa, más aún cuando la imagen de culto de la Mater Magna romana, a diferencia de la Madre de los Dioses en su Anatolia natal, nunca es un betilo. Respecto a la estatua del elefante que da nombre a la tumba, no guarda relación directa con el culto metróaco y, por ello, queda fuera del ingenioso juego de identificaciones realizado por Bendala.
La hipótesis de este autor no es la única que atribuye a la “Tumba del Elefante” una función cultual. Muñoz García-Vaso (1997, p. 173) apuntó que el hipogeo podría ser un mitreo, aunque no adujo ningún argumento al respecto, limitándose a afirmar que contiene claros indicios mitraicos. Barrientos (2001, p. 379) también hizo eco de esta sospecha, sin aludir al autor anterior y sin ofrecer tampoco razón para tal atribución. Más recientemente han hecho suya la tesis mitraica Jiménez Hernández y Carrasco Gómez (2012, 2014 y 2015), quienes sí ofrecen una argumentación razonada pero, a nuestro juicio, puramente especulativa. El razonamiento parte de la orientación de la cámara funeraria principal hacia el solsticio de invierno y no ofrece ningún argumento que no sea circular para sostener la adscripción mitraica. De hecho, no resuelve ninguno de los problemas planteados y genera otros adicionales que ni siquiera son abordados. ¿Qué hacen un elefante o un Atis en un mitreo? ¿Qué hace un mitreo en una necrópolis? Los rayos de luz siempre entran en algún momento por un orificio orientado y solsticios y equinoccios son momentos comunes a muchas celebraciones dispares. Es necesario, pues, más rigor para especular con el mitraísmo.
Referencias bibliográficas
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