En 1826-1827 regentó la Cátedra de Recopilación y Práctica por orden del rector pero antes, en junio de 1825, fue purificado para continuar en la docencia por la Real Junta de Purificaciones de Valladolid.

Fue nombrado por el Claustro sustituto de una de las Cátedras de Instituciones en el curso 1827-1828.

Hizo cuatro oposiciones a la Cátedra de Instituciones Civiles, que finalmente consiguió en 1830, tomando posesión el 7 de diciembre de 1830, vacante por la muerte de Tomás Bárcenas. Además de él firmaron la cátedra Esteban Ortiz Gallardo, Pablo González de la Huebra, Miguel Carrasco, Manuel Pabón y Fernando Zambrano. En 1833 firmó la cátedra de Práctica Forense que ganó Manuel José Pérez.

Una de las cátedras a las que concursó se celebró en 1828 y la ganó Salvador Ramos, con cuyo resultado no estuvo nunca de acuerdo, pues parece ser que la propuesta del tribunal de Salamanca fue favorable a Cenizo y, sin embargo, el nombramiento en Madrid fue a favor de Salvador Ramos, debido, según Cenizo, a sus inclinaciones políticas proabsolutistas (sin olvidar que era hijo de Diego Ramos Aparicio, catedrático de término de Cánones). Así se queja ante el rector de Salamanca con motivo de otra rivalidad con Ramos, cual fue el nombramiento del mismo como síndico fiscal de la Universidad en diciembre de 1839 por parte del Claustro, en sustitución del propio Cenizo, cargo que venía ejerciendo desde el 10 de noviembre de 1835 sin ninguna incidencia. Una sustitución que Cenizo achaca a movimientos poco éticos de Ramos, a quien considera “poco amante de las instituciones actuales”, para ganarse el favor del Claustro.

Por el Plan Provisional de 1836 pasó su cátedra de Instituciones Civiles a la de Derecho español público y criminal y después, con arreglo al Decreto de organización de la carreara de jurisprudencia de 1 de octubre de 1842, se le designó en la distribución de profesores hecha el 19 de octubre de 1842 para la de segundo de dicha Facultad, que desempeñó hasta el 28 de septiembre de 1845 en que por Real Orden se le designó en la Universidad de Salamanca la asignatura de derecho romano, bien denominada Continuación de Derecho romano o Historia elemental e instituciones del derecho Romano, de la que se ocupó hasta su muerte el 5 de enero de 1855.

Durante ese tiempo solicitó en varias ocasiones, en noviembre de 1844 y en octubre de 1846, la promoción a la cátedra de ascenso, a la que no tuvo posibilidad de ascender por no haber salido a oposición las cátedras de ascenso y término vacantes en Salamanca, más que la de Práctica Forense, en 1833, a la que él mismo se presentó aprobando los ejercicios y propuesto en segundo lugar, tras Manuel José Pérez. Entiende en sus escritos que, llevando una docencia efectiva de 14 años como catedrático en propiedad de Instituciones Civiles y habiendo obtenido el segundo puesto de la propuesta de cátedra de Práctica Forense, una de las dos de ascenso de esta Universidad, merecería la promoción a esta categoría. Su petición fue atendida finalmente por Real Orden de 12 de julio de 1847 y así aparece ya en el escalafón de 1848, ocupando el número 92 del mismo.

Tras su muerte, fue su viuda la que siguió reivindicando los derechos que como viuda de catedrático le reconocía la ley de 16 de abril de 1856 sobre cobro de pensiones (lectura de peticiones al Congreso de los Diputados, Diario de Sesiones de 6 de junio de 1857).

Fue Decano de la Facultad de Jurisprudencia de Salamanca desde el 8 de febrero de 1850, vacante por jubilación de Joaquín González de la Huebra, hasta su muerte.

Ocupó los cargos de individuo de la Junta de Hacienda de la Universidad de Salamanca, en 1829-1830 y en 1841-42; síndico de la misma Universidad desde el 10 de noviembre de 1835 hasta el 28 de diciembre de 1839, abogado de la Universidad por nombramiento de la misma y Primicerio de su capilla, además de ser el encargado de varias comisiones y servicios en nombre de la institución.

Su vida estuvo dedicada a la enseñanza y a la Facultad de Jurisprudencia de Salamanca, sin que dedicara, al igual que otros de sus colegas, al menos que se conozca, escasa, por no decir ninguna, atención al cultivo de la doctrina jurídica, por lo que podemos decir que, salvo el discurso inaugural de 1849, fue ágrafo.