El fenómeno religioso que representa el culto a las divinidades nilóticas en las provincias romanas de Hispania es una innovación derivada de la incorporación de la Península al espacio político, social, económico y cultural de Roma. Es, por tanto, la Romanización el causante de la introducción en territorios iberos de nuevos cultos, tanto los propios de Roma, como los del ámbito itálico o de los más distantes entornos culturales por ella conquistados. Entre los cultos exóticos difundidos en el nuevo movimiento comercial y demográfico se encuentran los cultos egipcios.
Los dioses que llegan a Hispania no son las milenarias divinidades del Egipto faraónico, sino la modalidad recreada en Alejandría bajo los Lágidas (Alvar, 2001; Alvar, 2008). No podía ser de otro modo entre otras razones porque los agentes difusores no son egipcios del período faraónico, sino comerciantes de distintos orígenes que han asumido como propios los cultos de Alejandría. La gran metrópolis había sido capaz de transformar los viejos cultos egipcios en una nueva realidad religiosa comprensible para las poblaciones situadas en las orillas del Mediterráneo. A sus principales puertos estaba unida por estrechos lazos comerciales, tanto de forma directa, como a través de la mediación de otros destacados emporios comerciales, centros difusores de las nuevas religiones, como Delos (Roussel, 1915). No es una generalización banal; la introducción del culto a Isis y Serapis en la Península Ibérica se enmarca en este contexto, como ponen de manifiesto los documentos epigráficos más antiguos (C133, Emporiae, y C162, Carthago Nova). Pero antes de prestarles atención deseo hacer hincapié en la desconexión de los cultos alejandrinos de época romana y la presencia de materiales egipcios o egiptizantes en la Iberia prerromana (1).
Se ha sugerido, de manera mecánica que hubo continuidad entre el culto de los dioses nilóticos en época romana y las experiencias religiosas prerromanas, supuestamente reflejadas en los numerosos objetos de fabricación egipcia o de imitación que se han descubierto en la Península y las islas Baleares (2). Ya he insinuado una de las primeras razones para no aceptar mecánicamente la continuidad. Es la propia duda sobre la existencia de culto a los dioses egipcios, pues hubiera requerido a los fenicios como transmisores de aquellas creencias, lo cual parece bastante improbable, a excepción del caso del dios Bes, cuya integración en el panteón fenicio es bien conocida.